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China y el rubro Textil

China es el país con la industria de producción textil más grande del mundo, y lo es desde hace ya muchos años. También es el país con los niveles más altos de exportación de textiles, con lo cual su presencia internacional es la que generalmente establece los valores del mercado. En este contexto, la industria textil china es un actor clave, y no solo en la economía nacional, sino también dentro de los mercados internacionales y la economía global en su conjunto.

 

Hay que decir también que el boom de los textiles chinos no está en sus niveles más altos. De hecho, hubo una fuerte disminución del mercado entre el 2008 y el 2011, con aumentos constantes desde entonces, según algunas cifras, desde hasta un 6% anual, pero que no han llegado a igualar los números que se vieron a inicios de este siglo.

 

Frente a esto, Europa ha establecido algunas regulaciones que limitan el ingreso de productos textiles importados desde China, probablemente para que éstos no dominen completamente el mercado, pero aun así el gigante asiático pisa fuerte en el territorio europeo. A pesar de la fuerte caída de las importaciones en general, la tasa de crecimiento en los Estados Unidos de los textiles chinos aún hoy ronda el 9% anual, una cifra impresionante teniendo en cuenta la tensión entre el gobierno de los Estados Unidos con las autoridades chinas

 

Para tomar cierta perspectiva del volumen que maneja esta industria podemos mencionar que la industria textil de China produce, cada mes, alrededor de e 4.500.000.000 de metros de ropa. Buena parte de ellos es exportado a países de todo el mundo a un costo que resulta difícil competir para las industrias locales en aquellos países donde no existen demasiadas regulaciones a los productos importados.

 

Las cifras son, como mínimo, escalofriantes, pero hay que tomarlas dentro de un contexto que no es tan favorable como en otros tiempos. Por ejemplo, la participación de China en mercado textil mundial cayó al 35% del total en el año 2016. Por otro lado, también es importante aclarar que su porcentaje de participación más alto, en 2014, fue del 38.6%.

 

Si tomamos estos números y los analizamos fuera de su contexto, parecería que la industria textil de China viene en caída, pero en realidad lo que se redujo es el mercado, sobre todo las transacciones de importaciones y exportaciones, con lo cual el porcentaje de China en el sector se mantiene relativamente igual que en años pasados, aunque con una ligera pérdida de terreno.

 

China ha invertido mucho en su industria textil, y contrariamente a lo que muchos piensan, los costos laborales dentro de este sector han aumentado constantemente en China. Por ejemplo, en promedio, un trabajador del sector textil en la zona de Shenzhen, una de las más prolíficas de la industria, gana actualmente alrededor de 350 dólares mensuales. La cifra no es particularmente alta, aunque de hecho sea el doble de lo que ganan los trabajadores textiles en otros países del sudeste asiático.

 

Lo cierto es que hoy en día la industria textil de China se encuentra en una encrucijada. Por un lado, los países más desarrollados tienden a reducir sus niveles de importaciones, decisión política y económica que afecta claramente a la industria China. Por el otro, los volúmenes que se manejan en este sector de la producción son tan altos que incluso con la economía mundial en un proceso más bien proteccionista siguen siendo considerablemente altos, en especial si los comparamos con otros países asiáticos.

 

Un ejemplo claro de esto tiene que ver con las exportaciones hacia los Estados Unidos. Muchas marcas, casi un tercio del total, se centran principalmente en los textiles de China, lo cual es una cifra considerablemente alta para un país que, en cierto modo, se encuentra en una especie de guerra comercial con el gigante de Asia.

 

Pero no solo los países desarrollados importan productos textiles de China, la mayoría de los países con un menor nivel de desarrollo, como la Argentina, también lo hacen, y en volúmenes que no son para nada despreciables. Los textiles chinos son, en definitiva, de buena calidad, aunque no excelente, y son razonablemente más rentables que los producidos por las industrias locales. Para el importador, esto es una gran fuente de ingresos.

 

Las políticas internas de China que regulan la producción de textiles también le permiten al empresario obtener un margen de ganancias considerables; y eso se consigue gracias a la política impositiva que genera estímulos a la producción. Todo está meticulosamente pensado para producir cantidades inconcebibles de textiles a un precio bajo, y que se vuelva fácilmente accesible para los importadores de otros países.

 

Es posible que estas regulaciones cambien a medida que los vaivenes de la economía internacional vayan marcando nuevos rumbos. Hoy en día, la industria textil china le proporciona al país el  7% del PBI, aunque su capacidad productiva va mucho más allá.

 

Costos laborales bajos, tecnología de avanzada, y un marco impositivo razonable, hacen de la capacidad productiva de China algo verdaderamente impresionante. Esto, desde luego, es visto con cierto recelo por aquellas economías que favorecen la industria local y el consumo, y de hecho es relativamente fácil que los productos chinos arrasen con los productos locales en cualquier otro país si no existen reglas que limiten de algún modo las importaciones.

 

Es por eso que China renueva acuerdos comerciales en el ámbito textil con casi todos los países, cediendo un poco aquí, y exigiendo más allí. De este modo se equilibran las exigencias internas, y se alivian las tensiones allí donde la normativa de importación es más dura. En cualquier caso, el volumen de producción y de exportaciones se mantiene en niveles altos, a pesar de que se observa un descenso muy progresivo, quizás como consecuencia lógica de tantos años dominando el mercado.


Todo parece indicar que la salud del rubro textil de China seguirá en perfectas condiciones en la próxima década, y que incluso puede crecer de manera ostensible a medida que se van desarrollando nuevas tecnologías que, en definitiva, persiguen un solo objetivo: abaratar los costos de producción.   

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